lunes, 29 de septiembre de 2008

Cuando tú te vas

Estamos solos, tú y yo, olvidados del mundo y olvidando al resto. Enredados en el principio de nuestro particular baile. 

Somos un ovillo de brazos y piernas y lenguas que se abrazan y se buscan con apática desesperación. Nos encontramos el uno al otro, y una decena de dedos, como si fueran cien, nos recorren las carnes y se esconden entre los pliegues. 

Fuera la ropa que nos distingue y nos separa y nos quedamos a solas con nuestra desnudez. Te visto con mi mirada y tú me desnudas con la tuya.

De nuevo nos enredamos hasta fundirnos uno en otro. No hay márgenes ni orillas, tan sólo piel y más piel y un río de deseo que nos une más abajo de nuestras cinturas.

Me sumerjo en ti y tú buceas en mis océanos. Con tus besos me devuelves la sal de mi deseo. Te recorro el cuerpo con mis labios salados. Es tu sabor lo que tengo en mi lengua y tu olor lo que me baña la piel.

Te respiro al oído, casi resoplando, y noto el vello de tu nuca erizado. Me aprietas las manos, el pecho y el sexo. Yo levanto mi cadera, incitadora, invitadora, para que explores esos lugares. Obedeces y aceptas y después te pierdes en ellos. 

Ahora sí dejo salir el sonido de mi garganta mientras te tengo. Pero al segundo, cuando mi cuerpo aún no se ha acostumbrado al tuyo, te deshaces de mi abrazo. 

Adiós al enredo de piernas y brazos porque un instante después, sin aviso ni sonido te has ido, y dos instantes más tarde yo me separo de tus piernas y me levanto. Me duele el cuerpo, la lengua y el sexo de tanto como te quiero y tú solo dices lo siento. 

Te doy la espalda esperando que me leas la frustración en ella. Pasan los minutos y mi respiración se acompasa poco a poco a los latidos del despertador de la mesilla. 

Tú ya te has ido.

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