martes, 29 de julio de 2008

¿Una visita?

Estás en la habitación de tu pequeño apartamento. Te crees seguro entre esas paredes porque has puesto por medio mucha distancia. Te encuentras a salvo en otra ciudad; en otro país que no es el tuyo aprendiendo otra lengua que no es la tuya.

Suena el timbre de la puerta. Incluso antes de abrir y saber quien hay detrás sientes una descarga eléctrica que recorre toda tu espina dorsal.


Abres.


Delante de ti está la persona de la que has tratado de huir todo este tiempo. Te mira directamente a los ojos y comprendes de inmediato que no es de quien huyes en realidad sino que eres tú del que estabas huyendo.


Entra. Le dices. 


Y sin mediar más palabra se acerca a ti tanto que puedes sentir en tu nariz el perfume de su cuerpo. Es único, como el adn que le corre por las venas. Entonces mientras aún sigues embriagándote los sentidos te besa. El beso te encuentra desprevenido pero al instante de acostumbrarse tus labios a los suyos se lo devuelves con tanta pasión, como si siempre hubieras estado sediento de ese beso de esos labios suyos y al fin, después de toda una vida, pudieras beber de ellos. También el suyo es apasionado, cálido e incluso un poco torpe porque, igual que tú, se ha dejado invadir por los nervios de la emoción.

Al beso le sigue un abrazo fuerte e íntimo, tanto que puedes notar impreso en tu cuerpo las formas del suyo. Su mano se deshace del abrazo y emprende una caricia que comienza en tu pecho palpitante y termina en tu sexo duro y firme y que también palpita con el contacto.

Unidos por lenguas y manos os dejáis caer sobre la cama y en un duelo de brazos y piernas os despojáis de toda la ropa.

Así desnudos como estáis encontráis de nuevo vuestras miradas. Entonces algo de lo que crees ver en sus ojos te asusta. Has visto tu reflejo en su mirada. Pero tu cuerpo ha empezado a exigir su parte y te conduce hasta las profundidades del suyo. Te dejas llevar. No sabes con certeza si es su mano, la tuya, su deseo o tu sexo quien toma la iniciativa pero a estas alturas del baile te da lo mismo.

Tu cuerpo sobre el suyo es firme y fuerte, gracias a las horas de gimnasio que has empleado. También el suyo es firme aunque con más curvas, muchas más curvas.

Te arriesgas y quieres probar todos sus oscuros lugares y descubrir todos los secretos que esconde en ellos. Ahora que ya te sabes vencido vas a llegar hasta el final y no te importa porque el otro cuerpo que abrazas quiere y exige lo mismo.

Te sientes explorado por sus labios y sus manos. No hay parte de ti que no haya acariciado su lengua. Os dejáis hacer el uno al otro porque ambos sabéis cual será el final. No hay palabras, tan sólo dos cuerpos entendiéndose con la lengua de la pasión. 

La habitación se llena con los sonidos de esa pasión tanto tiempo contenida y como un dique roto se desborda por cada uno de los pliegues de vuestra piel. Os abandonáis al baile de vuestros cuerpos. No hay compás en esa danza porque os buscáis y alejáis con violencia como librando una batalla. Es la batalla perdida de vuestra mente. Son vuestros cuerpos los que vencen y vosotros os dejáis vencer exhaustos, vacíos y a la vez llenos. Llenos de una infinita gratitud hacia el otro.


Entonces justo en ese instante en el que empiezas a recuperar el aliento descubres con amargura que estás solo en la habitación y que no hay nadie a tu lado. 


Todo ha sido un dulce sueño.


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